martes, 20 de marzo de 2012

"SACARSE UN OJO" CON UNA REJA VOLADA

Allá por el 1800, una cosa que afeaba mucho el exterior de las casas, eran las inmensas rejas voladas en las ventanas a la calle. Algunas sobresalían bastante, lo que agregado a la extrema estrechez de las veredas, ponían en constante peligro al transeúnte, especialmente en las noches oscuras.


A propósito de estas rejas, un periódico de aquellos tiempos, decía:

“Un artesano honrado que tiene estropeado el brazo derecho por una de las innumerables rejas de ventana que usurpan el paso en nuestras veredas; y una señorita bonita, que acaba de perder un ojo por la misma causa, van a presentarse, dicen, a la Honorable Junta para que, a más de obligar a sus dueños a pagar una multa fuerte por cada desgracia que originen, se imponga a cada una de estas ventanas una contribución anual, mientras subsistan en el estado presente”.

Por otra parte, por feas que ellas fuesen, aquellas rejas sirvieron por ejemplo para poder dormir, como era muy común en aquellos años, con las ventanas abiertas en tiempo de verano.


Igualmente los amantes del aire fresco no podían librarse de la astucia de los cacos. En aquel tiempo no había serenos ni vigilantes apostados en las esquinas, y aunque los robos eran menos comunes que en la actualidad, no dejaba de haber algunos.


Uno de los medios de efectuarlo era el siguiente: Con una caña que tuviera un gancho o anzuelo en un extremo, los ladronzuelos la introducían por la reja, y con la mayor destreza, sustraían las ropas o pertenencias sin ser sentidos.


Muchos porteños se han despertado viendo salir su reloj con cadena o su pantalón, balanceandose en la punta de una caña.


Fuente: Eduardo Wilde - Buenos Aires desde 70 años atras

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martes, 20 de marzo de 2012

"SACARSE UN OJO" CON UNA REJA VOLADA

Allá por el 1800, una cosa que afeaba mucho el exterior de las casas, eran las inmensas rejas voladas en las ventanas a la calle. Algunas sobresalían bastante, lo que agregado a la extrema estrechez de las veredas, ponían en constante peligro al transeúnte, especialmente en las noches oscuras.


A propósito de estas rejas, un periódico de aquellos tiempos, decía:

“Un artesano honrado que tiene estropeado el brazo derecho por una de las innumerables rejas de ventana que usurpan el paso en nuestras veredas; y una señorita bonita, que acaba de perder un ojo por la misma causa, van a presentarse, dicen, a la Honorable Junta para que, a más de obligar a sus dueños a pagar una multa fuerte por cada desgracia que originen, se imponga a cada una de estas ventanas una contribución anual, mientras subsistan en el estado presente”.

Por otra parte, por feas que ellas fuesen, aquellas rejas sirvieron por ejemplo para poder dormir, como era muy común en aquellos años, con las ventanas abiertas en tiempo de verano.


Igualmente los amantes del aire fresco no podían librarse de la astucia de los cacos. En aquel tiempo no había serenos ni vigilantes apostados en las esquinas, y aunque los robos eran menos comunes que en la actualidad, no dejaba de haber algunos.


Uno de los medios de efectuarlo era el siguiente: Con una caña que tuviera un gancho o anzuelo en un extremo, los ladronzuelos la introducían por la reja, y con la mayor destreza, sustraían las ropas o pertenencias sin ser sentidos.


Muchos porteños se han despertado viendo salir su reloj con cadena o su pantalón, balanceandose en la punta de una caña.


Fuente: Eduardo Wilde - Buenos Aires desde 70 años atras

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