viernes, 16 de noviembre de 2012

PELIGROSOS "HUEVOS" DE CARNAVAL

 

Las crónicas de carnaval en Buenos Aires, comienzan con la palabra de los hermanos Robertson, dos ingleses que cuentan que para las fiestas de carnaval todo comenzaba muy tranquilo: "...Iba uno por la calle y de pronto una bonita mujer sentada tras la reja de su ventana, lo rociaba con agua de colonia, poco después podía verse algún dandy arrojando agua de rosas hacia el interior de un balcón..." "...y podía recibir también un huevo de teru teru en la cabeza pero lleno con eau de mille fleurs..."

El antepasado de las bombitas de agua fueron los huevos rellenos de agua, que eran vendidos en la vía pública. La costumbre indicaba que quien no tuviera azotea ni casa estratégicamente ubicada, debía asociarse con el que sí tenía, y aportar a la sociedad una inmensa cantidad de huevos con los cuales "pagaba" su derecho a la guerra. Los juegos de agua comenzaban el sábado temprano pero ya para el lunes se convertían en verdaderas batallas campales...
Y los hermanos Robertson aclaran "los combates en las calles eran rudísimos, casi salvajes, los jinetes a veces sacaban a relucir cuchillos, los proyectiles atravesaban el aire, particularmente los huevos de avestruz, que por su gran peso, eran muy peligrosos y a veces fatales..."


Al parecer los excesos durante las fiestas de carnaval eran tales, que fueron necesarias medidas oficiales, como ocurrió en el carnaval de febrero de 1832. "Les está prohibido usar máscaras, dirigirse contra otras personas que no se manifiesten dispuestas a esta diversión, asaltar de modo alguno ninguna casa o azotea, pues siempre de esto provienen riñas y desgracias".


Así, ricos y pobres, niños y jovencitas, salían a la calle a desfilar junto con los negros que aprovechaban a candombear un poco, y desquitarse de los blancos con algún que otro huevazo.

La anécdota cuenta que en 1868, un viajero llamado Alfred Ebelot presenció un corso en Buenos Aires. Entre los paseantes, pudo registrar al ex-ministro de relaciones exteriores junto con su hijito.
En ese mismo instante, pasaba un coche al descubierto. Fue así como padre e hijo, mojaron a quien viajaba en el, hasta dejarlo completamente empapado. Luego de provocar la risa de todos los presentes, dieron cuenta que el mojado era el mismísimo presidente Domingo F. Sarmiento.



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viernes, 16 de noviembre de 2012

PELIGROSOS "HUEVOS" DE CARNAVAL

 

Las crónicas de carnaval en Buenos Aires, comienzan con la palabra de los hermanos Robertson, dos ingleses que cuentan que para las fiestas de carnaval todo comenzaba muy tranquilo: "...Iba uno por la calle y de pronto una bonita mujer sentada tras la reja de su ventana, lo rociaba con agua de colonia, poco después podía verse algún dandy arrojando agua de rosas hacia el interior de un balcón..." "...y podía recibir también un huevo de teru teru en la cabeza pero lleno con eau de mille fleurs..."

El antepasado de las bombitas de agua fueron los huevos rellenos de agua, que eran vendidos en la vía pública. La costumbre indicaba que quien no tuviera azotea ni casa estratégicamente ubicada, debía asociarse con el que sí tenía, y aportar a la sociedad una inmensa cantidad de huevos con los cuales "pagaba" su derecho a la guerra. Los juegos de agua comenzaban el sábado temprano pero ya para el lunes se convertían en verdaderas batallas campales...
Y los hermanos Robertson aclaran "los combates en las calles eran rudísimos, casi salvajes, los jinetes a veces sacaban a relucir cuchillos, los proyectiles atravesaban el aire, particularmente los huevos de avestruz, que por su gran peso, eran muy peligrosos y a veces fatales..."


Al parecer los excesos durante las fiestas de carnaval eran tales, que fueron necesarias medidas oficiales, como ocurrió en el carnaval de febrero de 1832. "Les está prohibido usar máscaras, dirigirse contra otras personas que no se manifiesten dispuestas a esta diversión, asaltar de modo alguno ninguna casa o azotea, pues siempre de esto provienen riñas y desgracias".


Así, ricos y pobres, niños y jovencitas, salían a la calle a desfilar junto con los negros que aprovechaban a candombear un poco, y desquitarse de los blancos con algún que otro huevazo.

La anécdota cuenta que en 1868, un viajero llamado Alfred Ebelot presenció un corso en Buenos Aires. Entre los paseantes, pudo registrar al ex-ministro de relaciones exteriores junto con su hijito.
En ese mismo instante, pasaba un coche al descubierto. Fue así como padre e hijo, mojaron a quien viajaba en el, hasta dejarlo completamente empapado. Luego de provocar la risa de todos los presentes, dieron cuenta que el mojado era el mismísimo presidente Domingo F. Sarmiento.



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