domingo, 16 de febrero de 2014

HANNIBAL EN BUENOS AIRES

Durante el año 1936, la comunidad de Cayastá en la provincia de Santa Fé se vio conmocionada tras la noticia de un caso de secuestro y violación seguida de muerte, sumado a una práctica de... canibalismo.


En el mes de mayo de ese año, la policía santafecina tomó conocimiento de la desaparición de un menor de sólo 11 años llamado Eusebio Lugones. La pista indicaba que el menor pudo haberse ido en una canoa con un desconocido de más o menos 40 años.


Días después, la policía encuentra una persona mayor armada con una escopeta. Su nombre era Aparicio Garay y presentaba rasgos de desequilibrio mental.


En la morada del sospechoso, la policía encontró restos de intestinos, los cuales aparentemente eran producto del carneado de un animal.

Sin embargo, luego de su detención, Aparicio confiesa "que las tripas encontradas el día anterior en el costado sur del rancho pertenecían al menor Lugones, a quien él mismo asesinó de un tiro cuando quiso escaparse en su canoa". Confiesa, también, haber tirado el cuerpo en pedazos chicos frente al rancho y, posteriormente, haber quemado su ropa. Allí se secuestra una hebilla y se observan señales evidentes de la quemazón.


Tras varias horas de búsqueda, se encuentra el cuerpo a 6 metros de la orilla. La parte correspondiente al cráneo del menor estaba serruchada en la parte frontal y en las mandíbulas. Tambien se incautaron huesos completamente desprovistos de carne y serruchados en su totalidad.


Garay sin desparpajo confesó que el chico estaba enfermo de los intestinos y que él lo curaba con yuyos. Finalmente, logro engordar al chico lo suficiente como para obtener 6 litros de grasa, los cuales conservó en una damajuana, y el resto lo utilizó para engrasar fierros, pero como no le resultó útil, lo guardó para venderlo como aceite.

Después de haber tirado los huesos al río, le dió un poco de carne a los perros, a los que les gustó la “carne cristiana” (sic), y lo demás lo colgó en ganchos. Un poco de los restos los fritó con grasa (también obtenida del cadáver del niño) y se señaló la parte de los muslos, agregando que, una vez que el paladar se acostumbró a ese sabor lo comió, pero que al principio no le gustaba. Refirió, inclusive, que el mismo día que mató al menor arrojó todo al río y a la noche durmió tranquilo.


El juez de la causa lo encontraría culpable, y ordenaría su reclusión en el "Hospicio de Las Mercedes" de la Ciudad de Buenos Aires, en un establecimiento adecuado para su enfermedad. El mismo juez indicaría " es un sujeto senil, con delirios sistematizados, cuya evolución no puede precisarse”.


Tiempo después, se supo que Garay cometió otro brutal asesinato dentro del nosocomio porteño. Según sus propias declaraciones, mató a un compañero porque este "no lo dejaba dormir". A cada momento se levantaba de la cama haciendo un “ruidito” que le molestaba, por eso lo había seguido hasta el baño donde armado de un rastrillo, lo agredió hasta darle muerte.


Nunca más se supo de la historia de este extraño personaje que mantuvo en vilo a toda una sociedad, aunque casos como este siguen dando escalofríos, casi 70 años despúes.


Metejon de Barrio le saca viruta al adoquín!

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domingo, 16 de febrero de 2014

HANNIBAL EN BUENOS AIRES

Durante el año 1936, la comunidad de Cayastá en la provincia de Santa Fé se vio conmocionada tras la noticia de un caso de secuestro y violación seguida de muerte, sumado a una práctica de... canibalismo.


En el mes de mayo de ese año, la policía santafecina tomó conocimiento de la desaparición de un menor de sólo 11 años llamado Eusebio Lugones. La pista indicaba que el menor pudo haberse ido en una canoa con un desconocido de más o menos 40 años.


Días después, la policía encuentra una persona mayor armada con una escopeta. Su nombre era Aparicio Garay y presentaba rasgos de desequilibrio mental.


En la morada del sospechoso, la policía encontró restos de intestinos, los cuales aparentemente eran producto del carneado de un animal.

Sin embargo, luego de su detención, Aparicio confiesa "que las tripas encontradas el día anterior en el costado sur del rancho pertenecían al menor Lugones, a quien él mismo asesinó de un tiro cuando quiso escaparse en su canoa". Confiesa, también, haber tirado el cuerpo en pedazos chicos frente al rancho y, posteriormente, haber quemado su ropa. Allí se secuestra una hebilla y se observan señales evidentes de la quemazón.


Tras varias horas de búsqueda, se encuentra el cuerpo a 6 metros de la orilla. La parte correspondiente al cráneo del menor estaba serruchada en la parte frontal y en las mandíbulas. Tambien se incautaron huesos completamente desprovistos de carne y serruchados en su totalidad.


Garay sin desparpajo confesó que el chico estaba enfermo de los intestinos y que él lo curaba con yuyos. Finalmente, logro engordar al chico lo suficiente como para obtener 6 litros de grasa, los cuales conservó en una damajuana, y el resto lo utilizó para engrasar fierros, pero como no le resultó útil, lo guardó para venderlo como aceite.

Después de haber tirado los huesos al río, le dió un poco de carne a los perros, a los que les gustó la “carne cristiana” (sic), y lo demás lo colgó en ganchos. Un poco de los restos los fritó con grasa (también obtenida del cadáver del niño) y se señaló la parte de los muslos, agregando que, una vez que el paladar se acostumbró a ese sabor lo comió, pero que al principio no le gustaba. Refirió, inclusive, que el mismo día que mató al menor arrojó todo al río y a la noche durmió tranquilo.


El juez de la causa lo encontraría culpable, y ordenaría su reclusión en el "Hospicio de Las Mercedes" de la Ciudad de Buenos Aires, en un establecimiento adecuado para su enfermedad. El mismo juez indicaría " es un sujeto senil, con delirios sistematizados, cuya evolución no puede precisarse”.


Tiempo después, se supo que Garay cometió otro brutal asesinato dentro del nosocomio porteño. Según sus propias declaraciones, mató a un compañero porque este "no lo dejaba dormir". A cada momento se levantaba de la cama haciendo un “ruidito” que le molestaba, por eso lo había seguido hasta el baño donde armado de un rastrillo, lo agredió hasta darle muerte.


Nunca más se supo de la historia de este extraño personaje que mantuvo en vilo a toda una sociedad, aunque casos como este siguen dando escalofríos, casi 70 años despúes.


Metejon de Barrio le saca viruta al adoquín!

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